Antecedentes

El jueves de la semana que viene, está confirmado, la madre de mi marido llega a nuestra humilde morada, por tiempo indefinido.

Os voy a contar algunas de sus hazañas en visitas anteriores, algunas os parecerán tonterías, y realmente lo son, ahora lo sé, pero en ese momento tendríais que haber visto cómo me hervía la sangre. 

Me encantan las plantas, tengo interiores y exteriores, las cuido bien, pero me gusta que crezcan como quieran, un pelín salvajes. En el primer embarazo tuve que guardar reposo tres semanas por pérdida de líquido amniótico. Mientras estaba en la cama sin poder levantarme la madre de mi marido se dedicó a podar, atar ramas y manipular todas mis plantas, me acuerdo sobre todo de los potos, estaban hermosos y me los dejó a la mitad, y cuando lo veo le digo ¿qué ha hecho? y me contesta, hay que sanear para que crezcan más. Y no digo yo que no, pero que lo haga en sus plantas, no en las mías. 

Otra, yo soy alta, la madre de mi marido es bajita. Pues según llega por casa, cambia todas las cosas que hay en los armarios de la cocina a su gusto, os juro que es rigurosamente cierto. Lo que ella cree que se utiliza poco lo sube a los armarios altos, a los que no llega, y lo de más uso a los bajos. Yo como fuera todos los días y uso tapers, para ella eso es de poco uso, es más le parece un invento del demonio. Pues durante toda la estancia de la madre de mi marido en casa, cada vez que me preparo el taper, abro el armario dónde yo los guardo, y claro no están, juro en arameo y me voy a buscarlos al armario dónde los ha puesto la madre de mi marido. Cuando se va lo deja todo a su gusto, me imagino que pensando que no lo voy a cambiar cuando ella se vaya, pues va lista, el jueves cuando llegue ya tiene tarea.

La madre de mi marido pone lavadoras en mi casa a su antojo, con poca ropa, en horario de consumo alto, (tenemos discriminación horaria con la luz, y yo pongo las lavadoras cuando es más barato), pues se lo he dicho quinientas veces, y le da igual. Además está el tema de la lejía. Cuando los niños eran bebés le hablé muy seriamente que no quería que lavara la ropa de los niños con lejía, por más manchas que tuvieran, pues por un oído le entra y por otro le sale. La utiliza a destajo y no siempre bien (tengo muchas prendas desteñidas de lejía) y además no la echa en la lavadora, la echa en barreñones que deja en el suelo, y así pasó lo que pasó, el mayor se cayó de cabeza en una tina llena de agua, ropa y lejía. Ella estaba en la cocina, el bebé entró gateando y fue de cabeza a la tina que estaba en el suelo. Yo estaba en nuestro dormitorio y oí los gritos, nos encontramos en el pasillo, ella venía con el niño en brazos, gritando me dice que se ha caído en la lejía. Volé a meterlo en la bañera y lavarle bien la carita, los ojos sobre todo, bueno pues no os vais a creer lo que dijo mi suegra estando yo arrodillada lavando al niño a punto de cometer un asesinato. 

-Corre, corre, dame la ropita que lleva puesta que si la aclaro pronto igual la lejía no la estropea. 

No os cuento más.